La Cumbre Está En Casa

La Cumbre Está En Casa

Este relato nace porque el corazón necesita cabalgar más fuerte, por un motivo inocuo. Será corto porque por primera vez en mi vida mi mente quedó en blanco y hay cosas que las palabras no pueden mostrar.

 

La naturaleza siempre tiene tiempo, siempre espera, y cada una de sus formas están llenas  de enseñanzas que solo pueden ser recibidas si el alma es noble. Fue así como esta vez escogí la forma de Nevado, no solo por mi divina obsesión por las montañas si no porque a mis 41 años, cargada de emociones contradictorias, pienso que lo único que sé hacer es caminar… Y estoy segura de que nada me hace tanto bien como sentirla a Ella.

 

Un nevado tiene un principio, mas no tiene fin. Su primer instante fue un valle de Dioses, frailejones de todos los tamaños, llenos de luz. Ese primer calor tibio de la mañana siempre será mi momento favorito del día. No tenía ningún afán de apurar mi paso; es más, si soy sincera aún pensaba un poco en esa travesía y me preguntaba si lograría controlar mi mente, si lograría subir hasta la cumbre, si podría sanar el dolor de tantos años…

 

Pedí permiso para seguir, caminé entre ellos y saludé al Sol. Un silencio, un viento aterciopelado, una recibida suave, fue el inicio que la montaña tenía para mí.

Todo va a un ritmo, es difícil no obsesionarse con la cima, el tiempo no es que esté muy a favor y cargar con el peso de mi morral, de mi corazón, y andar cuesta arriba dificultaba cada paso. Cuántas excusas pongo para hacer más tragable todo aquello que puede no salir como espero. Aún así, mis pies no se resistieron y empezaron a subir, a subir y a subir…

 

Este relato de inocencia es breve en palabras porque la montaña las fue sacando de mí, junto con los pensamientos. Nunca antes me había pasado eso, ni siquiera en los profundos Himalayas. Este nevado solo me permitió respirar y mover los pies, los otros movimientos o pensamientos me desgastaban.

 

¿Cómo puede la naturaleza saber tus más profundos sentimientos solo con oler tu respiración, solo con sentir la forma en la que te mueves y por tu palpitar? Una vez leí que los tiburones –y en general, los animales– pueden sentir el ritmo cardiaco de otros y eso los hacer sentir a gusto o, por el contrario, identificar una amenaza. Tengo varias historias con dioses salvajes que me han permitido estar tan cerca de ellos, hasta el punto de intercambiar alientos, y la tranquilidad de ambos lados ha sido prueba de esa teoría. Así mismo creo que funciona la montaña, el bosque y sus árboles, los ríos y toda ELLA.

 

Acaba de llegar un pensamiento mientras escribo esto, y es que creo que para la naturaleza soy su animal perdido: conoce todo mi ser, mi vulnerabilidad y esta vez solo quiso mostrarme la fortaleza que habita en mí, y generosamente puso a descansar mi mente.

 

Horas y horas andando hacia arriba, el camino empezó a crecer casi hasta volverse infinito, los colores cambiaron radicalmente. Agradezco a mi guía que me engañó un par de veces diciéndome “ya casi, ya casi”. Por qué me gustan tanto las alturas donde el oxígeno es escaso, donde moverse es más complejo, donde el corazón se confunde… pero a favor de todas estas incomodidades tengo que decir que allá arriba se revela lo inhabitual: visual y espiritualmente.

 

Atrás quedaron los frailejones que nos esperarían al bajar (lo repito, la naturaleza siempre espera), el agua empezó a brotar formando lagunas de ese color que tanto me gusta, la morrena con sus piedras chiquitas dificultaban el caminar, también con sus piedras enormes que se alzaban como guardianes y me hacían sentir protegida. Y esa cumbre, esa cumbre ya no tan esquiva.

 

¡En blanco! En blanco Ella, en blanco yo. Por fin mis pies llegaron al borde del glaciar con el agradecimiento siempre presente. La noche, ya no bajo las estrellas sino junto a ellas. La mañana siguiente, con la piel tensa pero la sonrisa intacta, el pequeño accidente del largo regreso, los pies irreconocibles y el alma más salvaje.

 

Antes de salir de casa leí muchas veces este poema de Kavafis: “Pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias…”  Y así fue.

 

Regresé a mi hogar porque aún alguien me espera. El viaje sigue presente en la piel, en la memoria, en el espíritu. Es necesario volver porque la cumbre… la cumbre está en casa.

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